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Pérdida, Duelo y Recuperación

\"tristeza\"

Por Dr. Carlos Pinto

Los sentimientos de pena y dolor en el alma son una expresión natural a una pérdida sentida. Es importante vivir el proceso de duelo para llegar a la etapa de la recuperación, que se caracteriza por aceptar la pérdida y adaptarse a vivir la vida sin la persona fallecida o sin el sueño cumplido. Es el vivir la vida bajo una nueva normalidad.

Bienaventurados los que lloran porque ellos recibirán consolación”. Mateo 5: 4

Introducción

En la vida se experimentan varias pérdidas, algunas más fuertes que otras. La pérdida que causa mayor impacto emocional es la muerte de un ser querido, pero también se experimentan otras pérdidas como: despido de un trabajo, seguridad financiera, dejar la casa alquilada, deterioro de la salud, etc.  En la vida del misionero las pérdidas pueden estar asociadas, en este tiempo del COVID-19, a la libertad para ejercer su ministerio, la disminución del sustento financiero para vivir y servir en el campo, la cancelación de viajes ministeriales planificados, la enfermedad, el fallecimiento de algún familiar o persona discipulada, la pérdida de comunicación con la familia extendida y con la iglesia enviadora.  Experiencias como estas nos recuerdan la fragilidad humana; pero también, la soberanía de Dios aún en este tipo de circunstancias difíciles.

Un mito existente en el ambiente cristiano es el creer que las personas que tienen una fe fuerte, no experimentan el dolor del duelo frente a una pérdida significativa. Asumir una actitud estoica en lugar de aceptar y expresar el dolor. La idea que ha provocado en parte esta posición es que el cristiano, ve a la muerte como un ascenso a la presencia de Dios, malinterpretando que el significado de la frase bíblica en relación a la muerte que dice: “No os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza de la vida eterna”.  El versículo de I Tesalonicenses 4: 13 implica que el entristecerse frente a una pérdida trágica e inesperada es normal para la persona cristiana, pero se recomienda evitar apenarse en una manera tan fatalista y desesperanzada como las personas que no tienen una relación personal con Dios.

Malos y buenos duelos

La pregunta entonces es ¿cómo vivir una pérdida de forma saludable?, es esto posible, ¿cómo evitar un mal duelo?  Para poder vivir un duelo en forma saludable hay que aceptarlo y vivirlo; por el contrario, el tratar de minimizar el dolor o negar la tristeza y no expresarla, impide el proceso de la recuperación emocional. Es importante ser valiente y arriesgarse a aceptar el dolor que se siente y compartir lo que se vive con personas de absoluta confianza, que sepan escuchar empáticamente y tengan la capacidad de acompañar a la persona que está experimentando un dolor fuerte en el alma.

La tendencia en situaciones de pérdidas es el espiritualizar la situación y minimizar el dolor a través de un involucramiento exagerado de su fe. Otros reaccionan en forma defensiva y asumen una actitud de enojo, culpan a Dios por su ausencia y el haber permitido lo sucedido. Una actitud de negación del dolor, de aceptación rápida y súper espiritualizada o una actitud reactiva de intenso enojo con Dios, no son formas saludables de enfrentar el luto o la pérdida.  Una respuesta cristiana y saludable al duelo refleja una actitud de aceptación, un tiempo de lamento y dolor, pero con cierta esperanza realista que la fe nos da, basada en que Cristo venció la muerte y que las pruebas que nos permite vivir tienen propósitos finalmente útiles, que nos ayudan a crecer como personas.  Sí, el duelo es inherente al transitar por esta vida humana, y en parte ayuda al ser humano a navegar en el progreso hacia la madurez a convivir con la idea de que no podemos siempre tener todo lo que quisiéramos y cuando lo queramos.  Lo interesante es que en el proceso del duelo se descubren nuevas dimensiones del carácter de Dios y la relación con el Creador se profundiza.  El apóstol Pablo reconoce este sentir al decir que: cuando está en sufrimiento a la vez experimenta el poder de Dios (2 Co. 12:10).

Las pérdidas provocan aflicción y es necesario entender que cada persona tiene su forma y tiempo para vivir su duelo y buscar ayuda cuando sea necesario.  Un buen duelo implica expresar las diferentes emociones sentidas en lugar de reprimirlas. Es importante hacer el esfuerzo de desidealizar o catastrofizar lo perdido; por el contrario, caminar hacia la meta de despedir o dejar lo que se perdió, sea una persona o un sueño, o una posición o posesión.  Al final del proceso la energía emocional y mental debe ser dirigida hacia el aprendizaje de vivir en forma saludable el establecer nuevas relaciones y nuevos sueños o modificarlos de acuerdo a la realidad presente. Lo importante es no estancarse en la etapa del lamento, enojo o pena y hacerla una forma de vida, esto sería un ejemplo de un mal duelo.

El autocuidado en tiempos de duelo

El asumir responsabilidad para cuidarse en tiempos de duelo es saludable porque moviliza a la persona a salir del rol de víctima y asumir un rol proactivo en su recuperación.  A continuación, enumero algunas recomendaciones:

  1. Sé paciente y compasivo con tu dolor, el duelo es un proceso y no puedes acelerarlo para evitar sentir el pesar, el enojo, o la duda espiritual. Estas emociones son naturales y normales porque son una forma de expresar el dolor al perder el sentimiento de seguridad causado por el apego a lo perdido.
  2. Permite que otras personas puedan escucharte y ayudarte en forma práctica. A su vez, sé selectivo en con a quién expresas tu dolor y cuándo. No es saludable contar tu pena todo el tiempo y a toda persona con quien te relacionas porque puedes caer en el hábito de la conmiseración.
  3. Se benigno contigo mismo, evita culparte por algo que no podrías haber evitado, perdónate si crees que has cometido algún error.
  4. Escribe un diario sobre tu sentir y sobre los sentimientos que tenías sobre tu ser querido fallecido o sobre el sueño que tenías sobre tu futuro que ha sido forzado a cambiar.
  5. Reconceptualiza el significado negativo que le has dado a la pérdida y asume uno positivo, despegándote del concepto de pérdida y apegándote al concepto de tener al frente una nueva oportunidad de vivir.
  6. Cuando te sientas mejor, busca ocuparte en las actividades que antes te hacían sentir bien y no te sientas culpable, más bien alégrate y agradece a Dios que ya estás recuperándote. Ser razonable con el ritmo de recuperación requiere cierto tiempo para aceptar y adaptarte a la pérdida que estás enfrentando. Y recuerda que este proceso no es lineal, pues a veces se avanza unos pasos y otras veces se da pasos hacia atrás porque una herida del alma requiere tiempo y cuidado para ser sanada.

En resumen, el buen duelo implica: aceptar la pérdida como algo real y permanente, experimentar y expresar los dolores y emociones sentidos, adaptarse a vivir sin la persona fallecida, sin la relación perdida o sin el sueño añorado, profundizar la fe en Dios, reconceptualizar la pérdida como una oportunidad de crecimiento integral y encontrar un significado trascendental de la vida conjuntamente con la pérdida.

El duelo en el contexto misionero

Oye oh Dios mi clamor; a mí oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré yo a ti, cuando mi corazón desmayare, llévame a la roca que es más alta que yo”. (Salmo 61: 1-2)

Es posible que esta oración haya sido una constante para muchos misioneros, o familias misioneras, que han enfrentado pérdidas. Es algo muy duro para un misionero enfrentar la muerte de un ser querido en el campo misionero o enfrentar la muerte de un familiar que está en el país de origen. Es muy difícil también ver que el lugar donde ministra se ha tornado en un sitio extremadamente peligroso al contagio del COVID-19, obligando o llevando a decidir por sí mismo a retornar a su país para proteger su salud e integridad, así como la de su familia.

Es también una pérdida dolorosa para la familia misionera el recibir una carta de su iglesia enviadora informándoles que les es imposible seguir apoyándoles monetariamente por estar en crisis financiera. Y es también muy difícil, como familia misionera, haber hecho planes para regresar a casa debido a la pandemia y enfrentarse con que justo en la fecha que se planificaba realizar el viaje, el aeropuerto se cierra y se cancelan todos los vuelos.

Los casos señalados son algunas de las experiencias que los misioneros iberoamericanos están enfrentando, y son contextos en los que experimentan pérdidas y duelos.  Seguramente su primera reacción ha sido el preguntarse como Habacuc, ¿por qué y hasta cuándo Señor permites que suceda esto? Habrán sentido que es imposible que les esté sucediendo esto cuando están realizando la obra misionera como testimonio del Dios restaurador.  Es posible que sientan tristeza o enojo en diferentes momentos, que les asalten ciertas dudas sobre su llamado y sobre la realidad de la soberanía de Dios. En este contexto es importante reconocer que la mujer misionera ha sido llevada a pensar que es normal y natural llorar y expresar su pena con otras personas, pero el varón misionero ha sido enseñado a percibir, erróneamente, que no debe llorar porque esto muestra inmadurez o falta de valentía.  Lo cierto es que expresar una pena no es razón de vergüenza, pues incluso Jesús expresó su duelo anticipado al estar cerca el momento de su crucifixión (Marcos 14:34-35). Él aceptó y expresó tener pena y a la vez oró enseñando un modelo saludable de enfrentar un duelo restaurador.

El misionero necesita aceptar que es natural y normal que sienta pena por la pérdida experimentada. En esta etapa depresiva los pensamientos negativos son el pan de cada día, entonces es cuando corresponde decir: Oh Dios llévame a las alturas para poder tener una perspectiva nueva, más amplia y más esperanzadora sobre lo que estoy viviendo.  Lo importante es repetirse que los días de tristeza y oscuros, son temporales y que pasarán poco a poco. Eviten el auto convencerse que, así como se sienten en esta etapa de pena, serán todos los días futuros de su vida, ya que esto es imposible y un engaño que hay que rechazar.  El duelo es superado cuando la persona puede contar y hablar con cierta racionalidad de su pérdida como algo pasado y no con la emocionalidad como si hubiese sucedido el día anterior.

Finalmente, recuerde que hasta aquí Dios ha protegido y provisto, y tomarlo en cuenta es una forma de luchar contra el pánico sobre un futuro incierto.  Para el varón esposo, padre de familia y misionero, el no tener las finanzas necesarias para sustentar a su familia provoca un fuerte golpe en su auto estima y es en esta etapa que corresponde recordar la estima que Dios tiene para con él.  La familia misionera en momentos como los descritos puede hacer un recuento de las veces en que el Señor, en el pasado, fue quien proveyó el maná de cada día y así permitir que estas memorias acrecienten su fe y esperanza.  Recordar la gracia de Dios y regocijarse en Él siempre, es un mandato. A su vez, es correcto comunicar a sus iglesias y organizaciones enviadoras las necesidades concretas que están enfrentando y su confianza en que el Padre celestial responderá con compasión.

La fe en Dios, en uno mismo y en otros es el elemento resiliente en el contexto de pérdidas, duelos y recuperación. El creer en un Dios creador de todo, que no está ausente del dolor o pérdidas del misionero. Es un tipo de fe que ayuda a recuperarse de una pérdida fatal o trágica. El entender que uno mismo contribuye a recuperarse siendo responsable de un buen duelo, aceptando, expresando y reconceptualizando la pérdida como una oportunidad para crecer, es otro factor de resiliencia.  Y aceptar el apoyo de otras personas, en la comunidad de la que Dios ha permitido que seas parte, en tu equipo de trabajo, en la iglesia que has plantado, en la iglesia que te ha enviado.

El duelo se convierte en un problema si se prolonga, se hace crónico y presenta síntomas como: insomnio, cambios radicales en el apetito, excesiva y constante irritabilidad o enojo, sentimientos de pena, de vacío, sentimientos de culpa y desesperanza, malestar físico, dolores crónicos, deseo de aislarse de los demás, etc. Si este es el caso es necesario buscar la ayuda de un especialista en salud mental.

Mantén la fe en Dios en alto. Él puede usar cualquier persona para sostenerte en esta etapa y sanarte en forma progresiva a través de las relaciones construidas. Siempre hay un buen Samaritano en el camino de la recuperación, y recuerda que no hay desarrollo o crecimiento personal integral sin experimentar pérdidas, dolores y recuperación.