Reporte del misionero a sus iglesias, una experiencia neurótica.
Para el misionero, el informar a sus iglesias que lo envían o apoyan en la etapa de retorno temporal, puede ser una experiencia neurótica. Las iglesias deben cambiar de paradigma en favor de la salud mental del misionero.
Cuando un misionero retorna a su país de origen, una de las tareas inevitables es el tener que reportar a sus iglesias. Se espera que en el informe comparta sus experiencias vividas en el campo misionero.
En este artículo, deseo mencionar dos factores que suceden y que son mayormente ignorados. Primero, la persona o familia misionera tiende a reprimir u omitir las experiencias negativas vividas, lo cual repercute negativamente en su salud emocional. Por el contrario, sobresalta las experiencias positivas. En segundo lugar, las iglesias visitadas muchas veces no son conscientes que en este momento de la visita el misionero está viviendo un proceso de duelo que requiere un trato diferente por parte del liderazgo y de la congregación para promover su salud o sanidad emocional.
Lo neurótico de la omisión o supresión.
¿Por qué califico de experiencia neurótica a la actividad de informar? Porque el misionero se siente obligado a omitir cierta información y contar otras, que cumplan con las expectativas de la iglesia a la cual visita y reporta. Estas expectativas, muchas veces irrealistas, crean un nivel alto de ansiedad, de nerviosismo y de inseguridad emocional en el misionero. Estas reacciones emocionales emergen particularmente cuando el misionero se siente obligado a hablar de lo bueno y suprimir las memorias de los momentos negativos vividos en el campo misionero. Para Freud, el reprimir pensamientos o memorias negativas para evitar ser rechazado o para evitar el dolor provocan en el futuro desordenes emocionales.[1]
Muchas veces, el misionero se ve incitado a seleccionar su discurso o narración para presentar una buena imagen ante la iglesia que la iglesia como respuesta a la expectativa general de presentar un reporte positivo y triunfalista. Incluso como mecanismo de respuesta ante la necesidad de un reporte que anime a la congregación a seguir apoyando el proyecto misionero. En algunos casos, el misionero se siente culpable por no contar todas sus experiencias por temor a que la iglesia suspenda el apoyo financiero. El misionero podría pensar: “Si les cuento mi experiencia completa con la que me sentí frustrado, enojado, desilusionado, por no haber logrado la cantidad de convertidos esperados o si cuento que en muchos momentos me sentí enojado, desilusionado, solo y desanimado porque la iglesia no me acompañó; no podré estar a la altura de las expectativas de la iglesia, entonces, mejor omito esta parte y la iglesia se queda contenta”.
Freud definió esta acción como un mecanismo de defensa consciente.1 Esto sucede cuando el misionero comparte lo bueno de su trabajo en el campo y reprime lo negativo. En la inmediatez del momento, se siente bien en su ego narcisista debido a las felicitaciones de la congregación, sin embargo, en su mundo interno siente lo opuesto, porque es consciente de lo malo y feo que también vivió en el campo, y se lo reservó para sí. El reprimir cierta información, para evitar las consecuencias negativas, provoca que el misionero desarrolle un falso ser, esto puede suceder porque, como emisor no cuenta lo que piensa y da una imagen falsa de su peregrinaje misionero. Psicológicamente, el esfuerzo que implica reprimir una memoria negativa logra “aplacar el dolor que se siente”, pero puede conllevar a un estado futuro de neurosis y ansiedad.
Desde el punto de vista de la familia misionera, el tema es aún más complicado porque, al suprimir las partes malas de la aventura misionera y exagerar los buenos tiempos, puede provocar una confusión en los hijos, especialmente si son adolescentes. Ellos experimentarán lo que se conoce como disonancia cognitiva, al ver la contradicción entre el mensaje que dan los padres en la iglesia y lo opuesto que vieron en el campo. Los hijos se peguntarán cuál es el verdadero ser de papá o mamá lo que ellos dijeron en el reporte a la iglesia o lo que vieron en el comportamiento de sus padres en el campo.
El duelo no recibido.
Aunque no lo queramos aceptar, los misioneros y las iglesias que los envían desconocen o minimizan el hecho que, generalmente, el misionero al visitar está viviendo un proceso de duelo no resuelto. No me refiero a un duelo por la muerte de un familiar, sino un duelo subjetivo, particularmente si al regresar a visitar a su iglesia se siente que no ha cumplido con la expectativa impuesta, que por muchas razones no se logró. Blatner, A. (2000) menciona en su libro Métodos de psicodrama para facilitar el proceso de duelo[2], que los duelos no resueltos son comunes en nuestra sociedad y que, así como el cuerpo para sanarse necesita de ciertas condiciones especiales, la mente también lo requiere.
Por ejemplo, el misionero que está visitando, requiere que se valide su labor sacrificada, que se le escuche de una forma que pueda contar las bendiciones y dificultades de sus experiencias vividas estando seguro de que no será sancionado ni juzgado. La iglesia necesita desde un inicio, demostrar su agradecimiento por su labor y que confirmar su responsabilidad de apoyarlo en oración y financieramente, esto aminorará la ansiedad sentida por el misionero. Lo mencionado es solo un ejemplo de cómo ofrecer un ambiente empático y facilitador de sanación emocional, necesario por el misionero para sanar sus dolores y duelos no resueltos.
Como mencioné, el misionero que podría estar en duelo. Se siente desconectado y culpable por no haber logrado al 100% la tarea encomendada, siente que ha perdido parte de su valor propio. Aún más, puede sentirse extraño en su propia iglesia porque sus líderes y amistades ya no están, y siente que ha perdido relaciones con personas significativas de su red de apoyo espiritual.
Esta ausencia le hace sentir que están fuera de lugar, pero se ve forzado a sonreír y pretender que en su interior todo está bien cuando es totalmente lo contrario. Claro que no puedo asumir que todo misionero experimenta lo neurótico de esta experiencia, pero sí me atrevo a decir que en su mayoría podría ser el caso. Aunque evitan decirlo o aceptarlo, particularmente por la vergüenza sentida, evitan decirlo o aceptarlo, particularmente porque la cultura latinoamericana particularmente en la región andina está centrada en la vergüenza.
Un duelo no aceptado, no reconocido y suprimido provoca un aumento en los niveles de nervosismo en la persona misionera o familia misionera. Lo saludable es lo opuesto.
El dolor, de la pérdida de una expectativa no lograda, causa un duelo y este debe ser lo primero que la iglesia debe reconocer. El duelo no sucede porque el misionero es débil espiritualmente o inmaduro, sino más bien, porque ha tenido que dejar su idioma, su cultura y su familia para vivir llevando el Evangelio a personas de una cultura desconocida. Por el contrario, lo extraño sería que el misionero no haya sufrido un duelo debido a las múltiples pérdidas. Para Sullender, S. en su libro, Grief and Growth: Pastoral resources for emotional and spiritual growth (1960)[3], los mecanismos de defensas que se vuelven rígidos y permanentes en etapas de duelo y requieren ser atendidos porque el duelo es un constante recordar y olvidar.
La iglesia visitada entonces, debe de asumir que el misionero trae también dolor y debe ayudarlo a expresar este material reprimido. En este sentido, su labor es ser agente de contención y sanación. Por supuesto, este rol de agente se sanación funciona sin decirlo, pero asumiendo más bien que esta es la situación en la que generalmente llega el misionero. En otras palabras, la iglesia requiere ser una comunidad terapéutica y agente de sanación para curar las heridas que generalmente se traen del campo. Psicológicamente, se recomienda que quien está en duelo no reprima sus emociones sentidas, sino que busque un espacio seguro con quien expresarlas, para así evitar desarrollar una patología emocional. Las escrituras nos recuerdan algo de esta dinámica al afirmar que: El temor del hombre pondrá lazo; Mas el que confía en Jehová será exaltado (Proverbios 29. 25) y El Señor es el Espíritu; Y donde está el Espíritu del Señor hay libertad (2 Corintios 3. 17)
Recomendaciones.
- Pedirle con amor y compasión al misionero en momentos individuales, que le cuente sus éxitos, pero también sus frustraciones, resentimientos.
- Expresar al misionero el aprecio por lo vivido y por lo que Dios le ha permitido hacer o no hacer. Afirmarle y dirigirle a las Escrituras done encontrará muchas ilustraciones de viajes misioneros en los que no hubo dificultades, y que finalmente, Dios es el soberano, en control de todo.
- Repetirle al misionero lo agradecida que está la iglesia por su dedicación, por su entrega a la causa misionera y su valentía de salir e ir a un lugar desconocido. Mencionarle que no todos los participantes en la congregación harían lo que él o ella ha hecho.
- Prestar atención ante ciertas palabras no dichas o sentimientos no hablados, pero que gritan la frase: “Quizás yo no hice lo suficiente, quizás debí esforzarme más”. Aún en esos momentos se le debe demostrar que la iglesia reconoce su esfuerzo, que nadie es perfecto y que entienden que hay poblaciones que son muy resistentes a recibir el mensaje del Evangelio mientras que otras son todo lo contrario.
- Promover que un grupo pequeño de la congregación se reúna con la persona o familia misionera para que los animen en retomar su llamado misionero, que perdone a quienes le ofendieron en el campo o en la iglesia, que deje el enojo, abrace el amor y la gracia de Dios.
CONCLUSIÓN
El misionero o familia misionera que llega a visitar su iglesia siempre recibe una invitación para compartir con la congregación la forma cómo Dios lo ha estado usando. La expectativa implícita es que las historias del misionero animen a la iglesia. Este tipo de expectativa conlleva que misioneros conscientemente decidan reprimir o suprimir las partes negativas de su historia y exalten las partes buenas, esto provoca un estado neurótico. Psicológicamente, la supresión es un mecanismo de defensa que se usa para esconder memorias traumáticas y dolorosas y poder enfrentar el momento presente. El elegir suprimir ciertas experiencias y sentimientos calificados como negativos provoca un alto nivel de inseguridad y ansiedad durante la presentación y, en algunos casos, podría invadir un sentimiento de culpa, vergüenza e hipocresía.
Por otro lado, generalmente, cuando el misionero visita a la iglesia se genera un ambiente de fiesta y celebración triunfalista. La iglesia inconscientemente con esta actitud no permite al misionero verbalizar el duelo que lo acompaña. Como se sabe, las heridas en el cuerpo se sanan si ciertas condiciones son favorables. De la misma manera, el misionero no podrá sanar sus heridas emocionales, debido al duelo que es parte de la vida cotidiana del vivir en el campo misionero, si la iglesia no muestra ser un ambiente cálido, de aceptación y de amor incondicional.
Si la iglesia asume un rol de recepción de hermandad en Cristo, de amor incondicional y de sanidad, propiciará las condiciones para que la experiencia del misionero sea menos neurótica y más bien, más sanadora, pues se le ha dado al misionero la oportunidad de ventilar o expresar la bendición y reto que implica el servicio misionero y cómo en medio de todo, Dios estuvo presente.
Dr. Carlos Pinto ([email protected])
Psicólogo clínico y de familia
Director Adjunto del departamento de Cuidado Integral del Misionero
COMIBAM Internacional
[1] Benner, D. y Hill, P. (1999). Baker Encyclopedia of Psychology and Counseling, Baker Books.
[2] Blatner, A. (2000) Métodos de psicodrama para facilitar el proceso de duelo. México: Editorial Pax.
[3] Sullender, S. (1960) Grief and Growth: Pastoral resources for emotional and spiritual growth. United States: Paulist Press.