Como nuestro bendito Señor nos ha mandado orar para que venga su reino, y su voluntad sea hecha sobre la tierra como en el cielo, esto nos hace no sólo expresar con palabras nuestros deseos de que esto se cumpla, sino emplear cualquier método lícito para difundir el conocimiento de su nombre.
Con este fin, es necesario que estemos bastante informados acerca del estado religioso del mundo, y dado que esta es una meta que deberíamos estar listos a seguir, no sólo por el evangelio de nuestro Redentor, sino también por sentimientos humanitarios, una inclinación a la actividad consciente entre ellos sería una de las pruebas más firmes de que somos sujetos de la gracia, y partícipes de ese espíritu de benevolencia universal y genuina filantropía que aparece tan evidente en el carácter de Dios mismo.
El pecado se introdujo entre los hijos de los hombres por la caída de Adán, y desde entonces estuvo siempre propagando su influencia ponzoñosa. Debido a sus cambios de apariencia para acomodarse a las circunstancias de los tiempos, ha crecido en diez mil formas, contrarrestando continuamente la voluntad y los designios de Dios.
Podríamos suponer que el recuerdo del diluvio, al transmitirse de padres a hijos, habría disuadido a la humanidad de transgredir la voluntad de su Hacedor, pero tan ciegos fueron, que en el tiempo de Abraham, la maldad inexcusable prevaleció doquiera fueran plantadas sus colonias, y la iniquidad de los amonitas fue grande, aunque todavía no completa. Después de esto, la idolatría se difundió más y más, hasta que las siete naciones consagradas fueron cortadas con la máxima señal de la ira divina. Sin embargo, todavía el progreso del mal no se había detenido, sino que los propios israelitas también se unieron frecuentemente con el resto de la humanidad en contra del Dios de Israel. En cierto período la más grosera ignorancia y la barbarie prevalecieron en el mundo, y después, en una época más clara, la más osada infidelidad y contienda con Dios, de modo que el mundo que había sido una vez invadido por la ignorancia, ahora «pretendiendo ser sabios […] cambiaron la gloria del Dios incorruptible», tanto como en las edades más bárbaras «por imágenes de hombres corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (1 Co 1:21; Ro 1:22– 23).Y no sólo eso, sino que como crecieron en ciencia y educación, corrieron hacia más abundantes y extravagantes idolatrías.
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